INSTITUTO
DR. PACHECO DE PSICOLOGIA
ANGEL ENRIQUE PACHECO,
PH.D.
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SANTO DOMINGO
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Angel Enrique Pacheco, Ph.D.
En términos fisiológicos elementales, el sistema nervioso del ser humano está compuesto de dos grandes partes, el periférico o voluntario y el central o autonómico. El sistema nervioso periférico se encarga de la postura, locomoción y sensibilidad periférica de la persona y fundamentalmente obedece a la voluntad del ser, de donde deriva su nombre.
El sistema nervioso central, por su parte, está encargado de las funciones vitales o de sostén de la vida, es fundamentalmente autónomo y está compuesto por dos grandes subsistemas, el simpático y el parasimpático, encargados de las funciones de emergencia el primero y de las funciones rutinarias el segundo.
Los subsistemas simpático y parasimpático se inhiben recíprocamente pero manteniéndose en equilibrio relativo y reciprocante, esto es, cuando el uno se activa, el otro funciona en grado menor complementariamente y viceversa. En su manejo de las emergencias, el sistema simpático inhibe los procesos rutinarios de la digestión, reproducción y la relajación, entre otros, para sustituirlos, por efecto de la descarga de la hormona adrenalina, con un aumento del ritmo cardíaco y de la tasa de respiración, lo que produce una mayor oxigenación de la sangre, la cual se concentra en los músculos de las extremidades más que en el tronco, ya que éstos serán requeridos en la respuesta de pelear o escapar (“fight or flight response”) ante la agresión percibida.
Esta sangre, rica en oxígeno, tiende a irrigarse principalmente en las partes profundas de las extremidades superiores e inferiores, más que en la periferia de dichas extremidades o en el tronco, en previsión de una posible herida y excesivo sangramiento. Es por esto que las personas tienden a verse lívidas cuando están asustadas o en pánico.
La tensión muscular experimentada por el ser humano es una de las consecuencias de esta activación del sistema nervioso central simpático. En otras palabras, la activación de la respuesta de pelear o escapar hace que los músculos se tensionen ante la amenaza percibida y que produzcan la desagradable sensación que conocemos con el término de “ansiedad”.
Lo que hace más complejo al ser humano no es la función del simpático, la cual es adaptiva y necesaria para su supervivencia. Lo constituye, sin embargo, el que a través de la selección natural y la adaptación del organismo al ambiente, la enervación del sistema nervioso central simpático con frecuencia ocurra ante situaciones o variables instigadoras que usualmente no son físicamente amenazantes, sino conceptualmente juzgadas como dañinas o peligrosas. En otras palabras, la amenaza puede ser real o percibida y es, en ocasiones, hasta imaginada. A veces la percepción de estímulos propioceptivos también genera esta respuesta de enervación del simpático.
La realidad arriba descrita se hace evidente en el caso de una persona que piensa que va a sufrir un ataque del corazón luego de pensar que esto le ocurrió a alguien conocido cercano y que le puede ocurrir a él o ella misma, apareciendo este evento en ocasiones asociado a la percepción en su cuerpo de una leve arritmia cardiaca o de un extra-sístole.
La ocurrencia de estos eventos puede ser tan amenazante que su simpático se activará y al sentir el aumento de la frecuencia cardiaca y opresión pectoral por efecto de la tensión muscular generalizada, le hará pensar a la persona que realmente está teniendo un infarto al miocardio, lo cual a su vez le pondrá más tenso y ansioso, confirmando estos “síntomas” la inminencia del ataque y la urgente necesidad de requerir servicios médicos de emergencia.
Frecuentemente los servicios médicos de emergencia se limitan a poner en reposo a la persona y/o a usar un tranquilizante suave y esperar a que el sistema nervioso parasimpático inhiba al simpático. Sin embargo, cuando para cubrirse legalmente el médico de urgencia hace un referimiento al especialista cardiólogo sin producir el necesario referimiento al psicólogo clínico, confirma con esta acción la amenaza percibida por la persona, reforzando positivamente su patrón de comportamiento, lo cual hará que este patrón de conducta aumente su probabilidad de ocurrencia y tienda a repetirse cada vez más en el futuro.
El modelo médico tradicionalmente controla la tensión mediante el empleo de fármacos psicoactivos. Estas sustancias son administradas bajo la asunción hipotética de controlar o bloquear la reacción orgánica en lo que se restablecen los parámetros ambientales usuales y normales que no generan ansiedad, con la esperanza de que por homeostasis el organismo regresará a su nivel basal de funcionamiento luego de que cesen las causas externas instigadoras del evento o “stress”.
Las drogas, sin embargo, no actúan sobre los patrones de conducta aprendidos, sino que son fundamentalmente paliativas de la reacción en el ser humano que tiene lugar ante la amenaza percibida y en ningún caso actúan sobre los estímulos instigadores del medio ambiente, por ser éstos externos al ser humano.
En otras palabras, cuando el ser humano ha aprendido a producir sistemáticamente la repuesta simpática de pelear o escapar ante situaciones frecuentes de la vida, esto es, con la respuesta de tensión y ansiedad, la droga solamente puede resultar beneficiosa mientras se emplea y, cuando esto ocurre durante un período prolongado de tiempo, se tienden a producir en el ser humano complejos y debilitantes procesos de adicción mental o física a estas sustancias.
Es conveniente recordar que el rol de las drogas medicamentosas en salud mental consiste fundamentalmente en (a) el facilitar la incepción de un programa psicoterapéutico efectivo solamente cuando las condiciones del individuo así lo requieran, ya que el uso de sustancias medicamentosas no debe ser la modalidad primaria de intervención por sus efectos iatrogénicos y por el principio básico de que toda intervención con fines terapéuticos se debe iniciar con procedimientos considerados del más bajo nivel invasivo o restrictivo que sea efectivo para el problema en cuestión y, (b) la reparación de tejidos enfermos o dañados, esto es, ante la presencia de cambios somáticos, cuando los beneficios previsibles superan los riesgos inherentes al uso de estas medicinas.
La relajación muscular puede ser efectivamente empleada en el tratamiento de la tensión muscular y de la ansiedad resultante y, a diferencia de las drogas medicamentosas, tiene la ventaja de no presentar efectos iatrogénicos. Empero, es conveniente destacar que ni las drogas ni la relajación muscular son sustitutos de otras terapias específicas para modificar los patrones conductuales aprendidos en respuesta a los estímulos tanto externos como internos que inciden en el organismo y que activan la respuesta simpática.
Basados en
que es un procedimiento efectivo y que no produce riesgos adicionales, el
entrenamiento en relajación debe ser considerado como la técnica de elección en
la reducción de la respuesta de tensión muscular y de ansiedad, conjuntamente
con y como facilitador de los procesos psicoterapéuticos específicos que sean
requeridos, según sea el caso.
La mayoría de las personas pueden beneficiarse del entrenamiento en relajación muscular, aunque no tengan problemas específicos de salud mental. Es evidente que la era en que vivimos está marcada por un gran énfasis en la producción y el rendimiento, así como en la eficiencia con que lo logramos. El esfuerzo que realizamos en estos afanes produce una gran demanda en el ser humano que con frecuencia se traduce en la enervación del sistema nervioso simpático y, por tanto, en la respuesta de defensa a que está asociada la tensión muscular y la ansiedad. Esto es muy común en los ambientes económicos, donde priman la rentabilidad y el ganar cada vez más.
Un organismo que está sometido a un programa de funcionamiento en el cual debe mantener una alta tasa de producción durante mucho tiempo, se estará sometiendo a un desgaste físico por exceso de utilización del sistema simpático o de emergencia. Este es el caso de la llamada “personalidad tipo A”, la cual está asociada a trabajar bajo condiciones de “stress” continuado por largos períodos de tiempo, lo que produce problemas de importancia a nivel de riesgo de enfermedad coronaria del corazón, mientras que los individuos con la ”personalidad tipo B” no presentan este riesgo.
bYa
[1] Publicado 29 diciembre 2001, Oh!Magazine, La Revista del Listín Diario, 91, 84-85.
Correspondencia acerca de este artículo debe ser dirigida a Angel Enrique Pacheco, Ph.D., Instituto Dr. Pacheco de Psicología (IDPP), Edificio Profesional Clínica Dr. Abel González, Avenida Independencia 105, Santo Domingo, República Dominicana. Teléfono 809-686-6666, Fax 809-686-2222, E-Mail apacheco@idpp.org e Internet http://www.idpp.org/.
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