INSTITUTO
DR. PACHECO DE PSICOLOGIA
ANGEL ENRIQUE PACHECO,
PH.D.
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Psicoterapia Conductual[1]
Angel Enrique Pacheco, Ph.D.
La psicoterapia conductual puede
ser definida como la aplicación clínica de los principios de la teoría del
aprendizaje en la modificación de la conducta.
London (1964) elegantemente define a la terapia conductual o "terapia de acción" como "el objetivo técnico de aquellas
terapias que manipulan las conexiones estímulo-respuesta con el fin deliberado
de cambiar conductas específicas de un patrón de actividad a otro" (p.
84).
El término "conducta", tal y como es empleado en los estudios
actuales del conductismo, es generalmente definido en un sentido amplio, con el
fin de "incluir un complejo de
actividades observables y potencialmente medibles que incluyen clases de
respuestas motrices, cognitivas y fisiológicas" (Bandura, 1969, p.
73).
Desde la perspectiva de los terapistas
conductuales, las conductas son aprendidas y el aprendizaje de estas conductas
obedece a principios psicológicos que se han derivado empíricamente (Bandura,
1969; Bergin & Garfield, 1971; Rimm & Masters, 1974; Ullmann &
Krasner, 1969/1975). Ejemplos de estos
principios psicológicos son los principios de reforzamiento (Ayllon &
Azrin, 1965, 1968; Ferster & Skinner, 1957). Por tanto, un paradigma ampliamente aceptado
en la terapia conductual es que "las
conductas tradicionalmente llamadas anormales no difieren, cuantitativa o
cualitativamente, en su desarrollo o mantenimiento, de las demás
conductas" (Ullmann & Krasner, 1969/1975, p. 2).
Las principales asunciones de
los modelos de aprendizaje conductual, de acuerdo con Kanfer & Phillips
(1970), son: (a) un foco en la conducta, esto es, en lo resultante de la
interacción de la persona con el ambiente; (b) la intervención directa de la
conducta desviada más que de las causas subyacentes y presumidas de la
conducta; (c) todas las conductas están sujetas a los mismos principios
psicológicos, los cuales se han derivado empíricamente; (d) los métodos de las
ciencias naturales son empleados en la investigación acerca de la conducta
humana; (e) los observadores necesitan tener la habilidad necesaria para realizar
mediciones adecuadas, pero no se requiere tener habilidades relativas a la
teoría; y, (f) el foco de la intervención es siempre en las conductas que se
experimentan en el presente y no en la historia vivida de la persona o en la
historia de la conducta desviada.
La teoría del reforzamiento
operante de Skinner plantea que, básicamente, el aprendizaje se produce cuando
una respuesta operante emitida por el organismo es reforzada (Skinner,
1957). Como un corolario a la teoría del
aprendizaje de Skinner, Bandura (Bandura, 1963, 1969; Bandura & Walters,
1963) ha formulado una interpretación de los patrones conductuales a partir del
aprendizaje social. La perspectiva de
Bandura (1969) enfatiza el rol del ambiente en el reforzamiento de las
respuestas del individuo, dando lugar de esta manera a patrones
conductuales. Debido a su importancia en
relación al modelo de la psicoterapia conductual, a continuación analizaremos
las condiciones para la aplicación de procedimientos de reforzamiento y el
manejo de contingencias conductuales.
Condiciones para la Aplicación de Procedimientos de Reforzamiento
La vasta mayoría de
intervenciones en terapia conductual envuelven la aplicación de principios del
reforzamiento (Kanfer & Phillips, 1970).
Procederemos ahora a enfocar las condiciones esenciales bajo las cuales
los procedimientos de reforzamiento deben ser aplicados. A este efecto, Bandura (1969) concisamente
plantea que:
Primero, uno debe elegir reforzadores que
sean suficientemente poderosos y duraderos como para mantener la capacidad de
respuesta durante largos períodos de tiempo mientras complejos patrones de
conducta son establecidos y fortalecidos.
Segundo, los eventos reforzantes deben ser puestos en una relación de contingencia
con la conducta deseada si van a ser óptimamente efectivos. Y tercero, es esencial disponer de un
procedimiento confiable para elicitar o inducir los patrones de respuesta
deseados; de otra manera, si raras veces o nunca ocurren, entonces habrán pocas
oportunidades para influenciarlos a través del reforzamiento contingente (p.
225).
Premack (1965) ha indicado que
bajo condiciones apropiadas casi cualquier actividad puede funcionar como un
reforzador efectivo. Adicionalmente,
Bandura (1969) ha planteado que la capacidad potencial de una actividad u
objeto como reforzador es una propiedad relativa más que absoluta. Por tanto, "un evento de respuesta en particular no tendrá potencia en
relación a una actividad más altamente preferida, pero funcionará como un
reforzador positivo efectivo cuando se le aparea con respuestas de menor
valor" (Bandura, 1969, p. 222).
Una vez que el terapista ha
identificado reforzadores efectivos, éstos deben ser suministrados de manera
contingente para poder efectuar la modificación de conductas. El manejo contingente de un reforzador es
definido como el suministro de un reforzador a continuación de la conducta
objetivo, pero únicamente luego de la ocurrencia de dicha conducta (Rimm &
Masters, 1974). Numerosos experimentos
han sido llevados a cabo para demostrar que el reforzamiento contingente de las
conductas es un procedimiento efectivo en el control de la conducta y que, por
el contrario, el reforzamiento no contingente no es exitoso en este tipo de
control (Bandura & Perloff, 1967; Hart, Reynolds, Baer, Brawley &
Harris, 1968). Adicionalmente, la manera
más efectiva de modificar conductas es mediante la aplicación de un reforzador
inmediatamente y que sea a la vez contingente con la conducta objetivo (Renner,
1964). Sin embargo, esta contigüidad
temporal puede ser modificada explicándole a la persona cuya conducta debe ser
modificada, a través de la mediación verbal, las contingencias impuestas
(Bandura, 1969).
La aplicación de reforzadores
por el terapista en un programa de manejo de contingencias obviamente depende
de la persona que produce la respuesta objetivo. Una técnica que ha sido empleada exitosamente
para inducir tales respuestas es la del moldeamiento, la cual implica el
reforzamiento de aproximaciones sucesivas de la respuesta objetivo deseada que
son emitidas por el individuo. Ejemplos
de la aplicación de esta técnica son los estudios realizados por King, Armitage
y Tilton (1960) y por Isaacs, Thomas y Goldiamond (1960). Otros procedimientos envuelven el uso de
instigaciones verbales que instruyen al
individuo cómo y cuándo producir la
conducta a ser reforzada (Baer & Wolf, 1967), al igual que el uso de
procedimientos de guía física de la respuesta, en los que se asiste físicamente
al individuo a producir la respuesta reforzable (Lovaas, 1966).
Manejo de Contingencias Conductuales
Homme y Tosti (1965) han
planteado que "o uno maneja las
contingencias o las mismas son manejadas en forma accidental. En cualquier caso, existirán contingencias y
las mismas tendrán sus efectos" (p. 16). Se ha señalado anteriormente que el manejo
contingente de un reforzador implica el suministrar dicho reforzador a seguidas
de la respuesta objetivo, pero únicamente después de la ocurrencia de la
conducta objetivo (Rimm & Masters, 1974).
La mayoría de los programas de manejo conductual incluyen una
combinación de contingencias. Por
ejemplo, Burchard y Tyler (1965) emplean tanto las técnicas aversivas (e.g., un
procedimiento de aislamiento), como técnicas de reforzamiento positivo (e.g.,
fichas). Típicamente, los programas de
contingencia conductual incluyen alguna provisión para reforzar positiva y/o
negativamente la conducta adaptiva o prosocial, esto es, la conducta objetivo,
al igual que alguna provisión para castigar la conducta desviada con una consecuencia
aversiva.
El castigo debe ser diferenciado
conceptualmente del reforzamiento negativo.
Se define al castigo como "la
situación que existe cuando un estímulo aversivo es presentado a continuación
de un acto en particular y éste no puede ser escapado o evitado"
(Kanfer & Phillips, 1970, p. 322).
Por otro lado, por definición, un reforzador negativo es el que, al
desaparecer, fortalece la conducta (Skinner, 1957).
Al discutir los méritos relativos de las técnicas de reforzamiento versus el castigo, Rimm y Masters (1974) plantean:
Está claro que el castigo puede ser empleado
efectivamente para modificar la conducta... y que pueden existir problemas
conductuales particulares que respondan mejor, o quizás exclusivamente, a
procedimientos aversivos. También, aún
cuando pueda existir una elección entre el uso del reforzamiento positivo o de
procedimientos de castigo, existen varias buenas razones para preferir las
técnicas de reforzamiento.... En primer
lugar, cuando tenemos a disposición técnicas efectivas alternativas, es difícil
justificar el empleo de técnicas que causan dolor y sufrimiento aunque las
mismas también sean efectivas. Segundo,
el castigo a menudo produce ciertos efectos colaterales que pueden ser bastante
indeseables. Y finalmente, mientras el
castigo puede ser usado cuidadosa y efectivamente por el terapista conductual
con experiencia, a menudo es la técnica empleada primordialmente por algunos
esposos y padres, usándola inefectivamente,
con la consecuencia de que la convierten en inefectiva para el individuo en
cuestión (pp. 192-193).
Es importante enfatizar que Rimm
& Masters (1974) no se oponen al uso de técnicas aversivas, pero sí que
estas técnicas deben ser usadas juiciosamente y por individuos bien entrenados
y únicamente ante la ausencia de una técnica efectiva de reforzamiento. Bandura (1969) apoya una posición similar:
El uso del control aversivo es también
frecuentemente cuestionado sobre la base de que produce una variedad de
productos colaterales indeseados. Esta
preocupación está justificada, tal y como veremos más adelante. Muchos de los efectos desfavorables, sin
embargo, están algunas veces asociados con el castigo y no son necesariamente
inherentes a los métodos mismos sino que resultan de la manera incorrecta en
que fueron aplicados. Una gran cantidad
de la conducta humana es, de hecho, modificada y regulada cercanamente mediante
consecuencias aversivas naturales sin ningún efecto dañino….
El castigo es rara vez empleado como el único
método para modificar la conducta; pero si es usado juiciosamente conjuntamente
con otras técnicas diseñadas para promover opciones de respuesta más efectivas,
tales combinaciones de procedimientos pueden acelerar el procedimiento de
cambio. Adicionalmente, las
consecuencias aversivas son frecuentemente empleadas para modificar la conducta
desviada que es auto-reforzada automáticamente con su ocurrencia y en casos en
los que ciertos patrones de respuesta deben ser rápidamente puestos bajo
control debido a sus efectos nocivos en el que los ejecuta o en otras personas
(p. 294).
Adicionalmente, Meehl (1962) ha
expresado su preocupación con el hecho de que muchos clínicos deliberadamente
enfocan las conductas maladaptivas sin fortalecer o incrementar la frecuencia
de conductas adaptivas ya presentes o sin instituir nuevas conductas en el
repertorio de la persona.
Algunos de los efectos
colaterales del castigo a que han hecho referencia Rimm y Masters (1974) y
Bandura (1969) han sido estudiados por Risley (1968) y por Becker (1971). Becker (1971) propone que algunas conductas
desviadas tienen su origen en el castigo, tales como las siguientes:
Engañar, para evitar el castigo que sigue a estar
equivocado.
No ir a la escuela, para evitar o escapar los múltiples
castigos asociados al fracaso escolar,
una enseñanza pobre, o una administración
escolar punitiva.
Fugarse del hogar, para escapar los muchos castigos que los padres pueden emplear.
Decir mentiras, para evitar el castigo que sigue el
hacer algo incorrecto.
Asechanza, para evitar ser agarrado "portándose mal".
Esconderse, para evitar ser atrapado (Becker,
1971, p. 124).
Otra situación preocupante tiene
que ver con el uso de procedimientos de castigo en los casos en que los padres
castigan conductas desviadas, pero rara vez, si acaso, refuerzan la conducta
apropiada de sus niños. Uno de estos
casos fue reportado por Tharp y Wetzel (1969), quienes estudiaron el caso de
una familia en la que los padres tuvieron que ser entrenados en el uso de
técnicas de manejo de contingencias con el reforzamiento, en vez de con el
castigo, para poder efectivamente controlar a sus niños.
Para concluir, es importante enfatizar nuevamente dos de las características más importantes de la psicoterapia conductual: la efectividad y la eficiencia. Todos los modelos terapéuticos establecidos modifican en mayor o menor grado la conducta humana, por lo que podríamos señalar que son efectivos. Lo importante, sin embargo, es que existe evidencia amplia (Bandura, 1969; Bergin & Garfield, 1971; Grambrill, 1977; London, 1964; Rimm & Masters, 1974) que apoya la aseveración de que la psicoterapia conductual, con su tecnología derivada empíricamente, logra la modificación de conducta de una manera más directa y completa, a la vez que logra este cambio usando de manera más racional los recursos disponibles. Dicho en otras palabras, la psicoterapia conductual es un procedimiento terapéutico altamente efectivo y eficiente.
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© 2004 Angel Enrique Pacheco, Ph.D. Todos los Derechos Reservados.
[1] Pacheco, A. E. (199l). Psicoterapia conductual. Revista de la Agrupación Médica del IDSS, Inc., 12(1), 47-50.
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